Mir y yo - (receta para una pizza marciana)
Ingredientes:
1) Mir y yo (¡fundamental: sin Mir y sin yo no hay pizza
marciana!).
2) Una prepizza de primera (no comprada en el almacén, no
comprada en el supermercado, no comprada en la panadería sino en la fábrica de
pastas de mi barrio, en mi planeta de otoños y de plazas). (La fábrica de
pastas es —en realidad— una fachada, un disfraz, un frente, detrás del cual se
oculta la mejor fábrica de prepizzas de toda la galaxia.)
3) Quesos. Muchos quesos. Variados quesos. Cuanto mejor sea
el queso: ¡mejor! Y cuanto más variados sean los quesos: ¡muchísimo mejor!
(Seguramente la pizza marciana tiene —como Mir y como yo— alma de ratón.)
4) Tomates des-secados (es decir: tomates secos hidratados,
humedecidos, humectados).
Otros ingredientes:
Huevos duros, a veces; aceitunas, siempre (a veces verdes,
para variar; casi siempre negras); orégano, casi siempre; aderezo para pizza
(aderezzo, como nos gusta llamarlo), casi nunca; aceite de oliva (primera
prensada en frío), un chorrito debajo de la prepizza, y un chorrito arriba,
antes del golpe de horno final. (Muy de vez en cuando, roquefort, para una
pizza azul, y gruyere, que picamos mientras preparamos cualquiera de nuestras
pizzas.)
Puede haber más ingredientes, por supuesto (de acuerdo con
cada marciano —de acuerdo con cada pareja de marcianos), pero para Mir y para
mí, estos son suficientes.
Ahora, el modo de preparación:
Ponemos la prepizza en el horno (encendido, cuando nos
acordamos —si no, la pizza marciana tarda más), a fuego bajito, muy bajito (si
no, la pizza marciana seguro se nos pasa —¡como ya nos pasó!).
Mientras esperamos, nos zambullimos en la computadora, en
los libros o en los discos (y terminamos bailando, leyendo una poesía o viendo una
película desparramados en nuestro nido). Cuando nos acordamos (o cuando nos pica
la panza), volvemos al horno que, por suerte, estaba bajito, muy bajito.
El queso: ¡los quesos! Cortamos tiras de queso fresco o
muzzarella (según la época, según las ganas, según los precios) y volvemos la
prepizza enquesada al horno (muy bajito, siempre). Entonces: ¡a rallar más quesos!
Provolone y sardo, casi siempre, que rallamos mientras reímos (y que parecen
reír mientras los rallamos). (¡Ah, es una delicia rallar quesos con Mir!) Así,
entre risa y risa, un pedacito de provolone para Mir, un pedacito de sardo para
mí, y después, al revés... Y charlamos y reímos, y reímos y rallamos, hasta que
el olorcito que sale del horno nos dice: “¡ya!”.
Sobre la manta de queso derretido Mir hace llover las
escamas de queso rallado con una gracia musical (como copos de nieve en cámara
lenta —o como esos panaderos que anuncian la llegada de la primavera). El queso
fundido recibe al queso rallado con un suspiro de alegría (o tal vez somos nosotros
los que suspiramos, no lo sé).
Ahora sí, el horno al máximo y la pizza adentro para el
toque final, pero con una condición: no nos movemos de al lado del horno. (Y
tampoco hablamos, y tampoco nos reímos, y tampoco nos miramos —aunque tomados
de la mano, eso sí). El menor descuido y: ¡chau pizza marciana! (Una mirada, y
¡a bailar! Una sonrisa, y ¡a dormir una siesta llena de películas! Una palabra,
y ¡horas y horas de charla!) Así que, nada: calladitos, de la mano, con la
mirada fija en el horno, hasta que una musiquita olfativa (un Ding-Dong de
olorcitos sabrosos) nos indica que ya está.
Los tomatitos, las aceitunas, el orégano, y corremos con Mir
a la mesa a saborear nuestra pizza.
Pero si —como ocurre a veces— en el trayecto desde el horno hasta
la mesa surgen esas miradas y esas sonrisas que llevan a bailes, películas y
charlas, la pizza marciana queda para el desayuno del día siguiente: ¡nuestro
suculento desayuno marciano!
Douglas Wright