Los misterios de la abuela Agatha
Las escamas del pez de Calais
Nadie se había dado cuenta de que Charles había nadado de
ida y de vuelta el Canal de la Mancha salvo la abuela Agatha.
(Tanto Charles como Agatha —junto con diez sospechoso más—
habían sido invitados a pasar unos días en una magnífica mansión de la costa.
La abuela Agatha era invitada siempre que un crimen se estaba por cometer...)
Charles había partido inmediatamente después de la cena, y
había regresado justo antes del desayuno fresquito como una lechuga.
Dos escamas en la mejilla derecha de Charles llamaron la
atención de la abuela Agatha (dos escamas de un pez que sólo se hallaba en la
costa de Calais —al otro lado del Canal de la Mancha).
“Una escama, vaya y pase”, pensó Agatha; “dos constituyen
una prueba irrefutable: Charles es el asesino”.
(Como ocurre en este tipo de historias, importa más quién es
el asesino que quién es el asesinado —a menos que el asesino mismo sea
asesinado.)
Epílogo.
La abuela Agatha no albergaba rencor alguno contra Charles,
que sólo había sido el objeto de su inagotable curiosidad. Como prueba de ello —y
de su espíritu de “buena deportista”— utilizó el argumento de las escamas para
lograr que Charles fuera juzgado en Francia, donde no existe la horca —y donde la
guillotina ya cayó en desuso.
Charles cumple su condena en la prisión de Calais donde,
como ayudante de cocina, pasa sus días quitándole las escamas a los peces de la
costa que les sirven de alimento.
Douglas Wright
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