5 de abril de 2011

Los dos caminos




En el campo hay dos ciudades —la ciudad 1 y la ciudad 2— que están unidas por dos caminos: el camino A y el camino B.
El camino A, que une la ciudad 1 con la ciudad 2, va en perfecta línea recta. Está alisado de un modo prolijo y parejo, y no hay nada a los costados que distraiga la atención del que lo transita: ni árboles, ni colinas, ni vacas. Nada.
Es un camino aburrido y lo único que se puede hacer en él es transitarlo, en perfecta línea recta, sin distracciones ni pérdidas de tiempo.
El trayecto entre la ciudad 1 y la ciudad 2, por este camino, dura exactamente una hora.
El camino B, en cambio, no tiene una sola línea recta: todas son curvas que suben y bajan. En algunos tramos la curva es tan cerrada que el camino vuelve atrás sobre sí mismo, mostrándole al que lo transita —recordándole— de dónde viene. En otros, la curva es tan abierta que es capaz de rodear una colina.
A veces se hace angosto y admite el paso de un solo vehículo; otras, se ensancha como una gran avenida.
A los costados de este camino se pueden ver parvas de heno recién cortado, bosquecillos de árboles de todo tipo —con sus aromas verdes—, y, por supuesto: vacas pastando.
Un pequeño puente cruza un arroyo tan cristalino y transparente que se ven los peces nadando en el fondo. Una pareja tiende el mantel del pic-nic sobre el pasto tierno; y, atrás de todo, más allá del tractor anaranjado que cruza los campos sembrados: un tren con la chimenea humeante.
No se sabe cuánto dura el trayecto entre la ciudad 1 y la ciudad 2 por el camino B. A nadie se le ocurrió tomar el tiempo que lleva recorrerlo.


Douglas Wright

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