Mir y yo - (“¡Hola, Mir!”)
Mir viene a visitarme cada vez que puede. Aterriza su nave
en la plaza de mi barrio. (Casi siempre es otoño en mi planeta de plazas.)
Mir baja de su nave espacial (su nave especial, como nos
gusta llamarla) y camina por el sendero hasta el banco en el que estoy sentado
esperándola (en el que estoy emplazado, como nos gusta decir).
No suenan violines ni trompetas cuando Mir baja de su nave.
No surgen brillos ni resplandores cuando Mir camina hacia mí.
Ni cámara lenta entre campos de flores, ni flashbacks a
otoños pasados (llenos de risas y abrazos). Nada de eso.
Sólo Mir que camina hacia mí. Y mi alegría al verla bajar de
la nave y caminar por el sendero de la plaza (una alegría del tamaño de mi
planeta de otoños).
Y por más que pienso y pienso (mientras estoy emplazado
esperándola), siempre se me ocurre la misma bienvenida (con una sonrisa grande
como mi alegría, y entre signos de exclamación): “¡Hola, Mir!”
Douglas Wright
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