Luciano y su mamá -
VII
Caperucita y el lobo
Una mujer rubia sonreía desde la tapa de
una revista. Estaba arriba de una pila desordenada, sobre la mesa ratona de la
sala de espera del consultorio médico. La mamá de Luciano la tomó y comenzó a
hojearla distraídamente. Las otras revistas mostraban a señores de traje
oscuro, lanchas con motor fuera de borda, y aparatos raros. Una tenía en la
tapa el dibujo de un corazón rojo del que salían venas y arterias que parecían
las ramas y las raíces cortadas de un árbol viejo. “Aquí no hay revistas para
chicos”, pensó Luciano, “y eso que es el consultorio del pediatra”. Luciano
esperaba su turno para una revisación de rutina.
—Hoy, en el Jardín, la seño nos leyó el cuento de Caperucita Roja y el lobo feroz —dijo.
—¿Ah, sí? ¿Y qué te pareció? —preguntó la mamá, levantando la mirada de la revista.
—¡Pobre lobo! —respondió Luciano, con cara de preocupación.
—¿Por qué? —la mamá había dejado la revista sobre el brazo del sillón y miraba a Luciano de lleno.
—Me dio lástima por él. La pasa mal.
—Sí, es verdad.
—Y también la abuela, pobre. Estaba tranquila en su casa, sin molestar a nadie, y se la comen. Terrible.
—Es verdad. Caperucita es un cuento antiguo, Luciano. De cuando la gente vivía en el campo, y en los bosques había animales peligrosos. No sólo lobos.
—Ah ¿sí?
—Sí. Supongo que le contaban esa historia a los chicos para asustarlos un poco, y así tuvieran cuidado cuando andaban solos por el campo. Y para que no se metieran en el bosque, por ejemplo...
Luciano escuchaba con atención las explicaciones de su mamá.
—Claro —respondió.
—Y para que no se metieran en problemas —agregó la mamá.
—Entonces tendrían que contarle el cuento de Caperucita a las abuelas —dijo Luciano—, para que tengan cuidado cuando se quedan en su casa.
—Tenés razón, Luciano.
—Y sobre todo, habría que contárselo a los lobos, para que no se metan con las personas.
—Es verdad, Lú.
—Las personas son más peligrosas que los lobos, creo —reflexionó Luciano.
—Es posible, Luciano. Es posible.
La enfermera los llamaba desde la puerta abierta del consultorio. Luciano y su mamá se pusieron de pie.
—Bueno, mami, cuando llegue a casa voy a hacer un dibujo.
—Me parece buena idea. ¿Qué vas a dibujar? ¿El consultorio?
—No, má. Voy a dibujar a la mamá loba contándole el cuento de Caperucita a sus hijos, para que tengan cuidado.
—Buena idea, Lucín.
La enfermera sonreía mientras cerraba la puerta detrás de Luciano y su mamá.
Douglas
Wright
—Hoy, en el Jardín, la seño nos leyó el cuento de Caperucita Roja y el lobo feroz —dijo.
—¿Ah, sí? ¿Y qué te pareció? —preguntó la mamá, levantando la mirada de la revista.
—¡Pobre lobo! —respondió Luciano, con cara de preocupación.
—¿Por qué? —la mamá había dejado la revista sobre el brazo del sillón y miraba a Luciano de lleno.
—Me dio lástima por él. La pasa mal.
—Sí, es verdad.
—Y también la abuela, pobre. Estaba tranquila en su casa, sin molestar a nadie, y se la comen. Terrible.
—Es verdad. Caperucita es un cuento antiguo, Luciano. De cuando la gente vivía en el campo, y en los bosques había animales peligrosos. No sólo lobos.
—Ah ¿sí?
—Sí. Supongo que le contaban esa historia a los chicos para asustarlos un poco, y así tuvieran cuidado cuando andaban solos por el campo. Y para que no se metieran en el bosque, por ejemplo...
Luciano escuchaba con atención las explicaciones de su mamá.
—Claro —respondió.
—Y para que no se metieran en problemas —agregó la mamá.
—Entonces tendrían que contarle el cuento de Caperucita a las abuelas —dijo Luciano—, para que tengan cuidado cuando se quedan en su casa.
—Tenés razón, Luciano.
—Y sobre todo, habría que contárselo a los lobos, para que no se metan con las personas.
—Es verdad, Lú.
—Las personas son más peligrosas que los lobos, creo —reflexionó Luciano.
—Es posible, Luciano. Es posible.
La enfermera los llamaba desde la puerta abierta del consultorio. Luciano y su mamá se pusieron de pie.
—Bueno, mami, cuando llegue a casa voy a hacer un dibujo.
—Me parece buena idea. ¿Qué vas a dibujar? ¿El consultorio?
—No, má. Voy a dibujar a la mamá loba contándole el cuento de Caperucita a sus hijos, para que tengan cuidado.
—Buena idea, Lucín.
La enfermera sonreía mientras cerraba la puerta detrás de Luciano y su mamá.
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